Durante décadas Margarita alimentó a todos los perros que tocaron su puerta. Se hizo amiga de muchos canes a quienes les entregó toda su amistad y afecto. Tal era su preocupación por ellos que, cada vez que salió a la calle, se preocupó de llevar una bolsa con comida para alimentar a cualquier perro que estuviera hambriento y desamparado.
Pero un día el corazón de esta altruista mujer no dio para más y la luz de su vida se extinguió.
En el velorio, un grupo de perros llegó a donde estaba el ataúd y acompañaron hasta el final a su querida amiga. La familia, que conocía del gran corazón de Margarita, dejó que los animales se quedarán en el lugar. Varios canes de a poco se acostaron cerca del féretro para presentar sus respetos y presenciar el ocaso de una amistad que llegaba a su fin.
El día del funeral los animales también quisieron estar presentes y acompañaron a la familia hasta el lugar donde Margarita fue incinerada. Ahí le dijeron adiós para siempre a la mujer que los amó y cuidó hasta el último de sus días: “En medio de su dolor, saltaron de alegría, fue maravilloso”, dijo Patricia una de las hijas.